Al releerte me doy cuenta de lo perfectamente imperfecto que fue. Tan fugaz, distinto e imprevisible, que barajando la posibilidad de error me duermo.
Quizás fue lo lejos que te veía y la rapidez con la que ya podía notar tu aliento, lo que hizo de ti, un libro de peso. Porque todo era especial y único. Tal vez una ilusión permanente y peligrosa.
Pero como aquí y como allá, el tiempo desgasta y pudre todo, dejando lo que fuimos en una estatua decadente deseosa de ser arrastrada por el viento arenoso.
Pudiendo ser las noches. La noche en la que cojines nos separaban del suelo, y música, humo y marea de la silenciosa realidad. Quizás eso fue lo que tanto me maravilló, ya que en esa oscuridad en la que escasas luces del cielo saludaban, me di cuenta de que empezaba algo, que a su misma vez moría. Y murió.
Algo fue lo que me empujaba u obligaba a odiarte, para olvidarte. Olvido que se convirtió en obsesión. Y así fue, así es. Tras tantos días de angustia, ya no recordaba aquellos tenderetes veraniegos,ni si quiera recordaba tu mirada. Eras ya como un libro escaso de verdades, cansado de narrar y orgulloso por hacer llorar. No percibía esa magia por la que hacía meses mataba. Fuiste como una caída de cascada, como un relámpago ciego.
Tanto fue y ahora tan poco es.
Tan inexistente e inoportuno.
Que detrás de unos silencios y miradas, escondemos lo vivido con un simple 'hasta la vista'.
No hay comentarios:
Publicar un comentario